En la historia de la literatura universal existen tres personajes con el nombre de Marlowe. Uno –Philip– es el detective privado creado por el novelista norteamericano Raymond Chandler para sus novelas negras. Otro –Charlie, cuyo apellido prescinde de la última letra– es el viajero que Conrad sitúa en los confines del Congo en su relato sobre El corazón de las tinieblas y en novelas como Lord Jim. El tercero (y primero de todos ellos) es Christopher Marlowe. Los registros y los archivos documentales dicen que fue un individuo real. Sin embargo, ha pasado a la posteridad como la sombra difusa de un fantasma y con el perfil ambiguo de un espectro. No deja de ser un destino curioso: nacer como un hombre de carne y hueso y, tras perecer, sobrevivir como una incógnita eterna “Hell is just a frame of mind”, escribió este Marlowe que nació en Canterbury en 1564 y, menos de treinta años después, dio su espíritu, por decirlo según la fórmula retórica de la época, en Deptford, un suburbio de Lewisham, en la periferia de Londres.
Las Disidencias en The Objective.
