En sus disquisiciones sobre arte poética –seis conferencias pronunciadas ante los académicos de Harvard durante los dos años de la era de acuario–, Jorge Luis Borges afirmó, con una seguridad pasmosa, que “a pesar de que la vida de un hombre se componga de miles y miles de momentos y días, esos muchos instantes y esos muchos días pueden ser reducidos a uno solo: el momento en el que un hombre averigua quién es”. El escritor argentino se refería a esa hora, soberbia y trágica, en la que un individuo cualquiera, sea noble o vulgar, se enfrenta cara a cara, de una vez y para siempre, con su verdadera imagen. Descubre entonces exactamente cómo será recordado o si su rostro tendrá las facciones del olvido. Y comprende que ya nunca podrá alterar ese instante definitivo, por usar el concepto de Cartier-Bresson. Para Sir Winston Churchill (1874-1965), el premier británico que condujo al Reino Unido desde la soledad ante el horror nazi hasta la victoria definitiva en la Segunda Guerra Mundial, descendiente de John Churchill –primer duque de Marlborough (siglo XVIII)–, tenaz fumador de habanos (su afición por el tabaco mereció el alto honor de dar nombre a una vitola propia), esta confluencia de coordenadas –una fecha exacta en el calendario, a una hora concreta, en un sitio preciso– probablemente sucedió el 6 de junio de 1944, que es la fecha en la que tuvo lugar la Operación Overlord.
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