El lugar común –siguiendo en esto a Nietzsche, uno de sus profetas– describe el nihilismo como una filosofía que asienta su principal creencia en el vacío: la vida es menos que nada; por tanto, el hecho indiscutible de que nada importa es lo único cierto en lo que que podemos confiar. Su caricatura, igual que sucede con las maravillosas canciones (tristes) de Leonard Cohen, lo retrata mediante un reduccionismo: la exageración (negativa) del espíritu que se manifiesta con dos variantes. Primera: la abulia (si la vida carece de sentido, ¿qué significado tiene vivir?). Y segunda: el odio contra un Dios que ha muerto, o que en el fondo nunca existió, y ante cuyo deceso puede justificarse la violencia (intelectual) contra el mundo. Sin metafísica, religión o moral, el universo (humano) se torna imposible, por simple. Todo esto, por supuesto, es un malentendido categórico. La historia conserva huellas de una generosa estirpe con devoción sincera por el pesimismo (que es una forma de realismo extremo) cuyo alfa es Diógenes de Sinope, maestro de la escuela de los cínicos, y que llega hasta el existencialismo con dos estaciones (centrales) entre mediados del XIX y principios del XX, cuando escritores como Turguénev o Chéjov comienzan a introducir a nihilistas en sus narraciones.
Las Disidencias en Letra Global.