África, con sus matanzas y su sangre derramada, con sus misterios y su suavidad, tan próxima a la brutalidad repentina, es, en cierto sentido, un camino de vuelta a la infancia. Extraña perífrasis nostálgica. Para Alfonso Armada, autor de los Cuadernos Africanos (Altaïr/ Península), dramaturgo y periodista, es radicalmente así. En el continente negro el escritor encuentra el mismo color de la tierra de su Galicia natal, lo que, además de certificar que en África el sufrimiento es más frecuente de lo que cuentan los periódicos del Primer Mundo,un lugar común, le sirve para hacer un viaje al interior del corazón de las tinieblas –Conrad, junto a Camus y Kafka son algunas de sus referencias narrativas– que casi siempre es el corazón humano. Especialmente el propio.
Los Cuadernos Africanos pueden leerse como una biografía parcelada. Son también un relato periodístico que en los tiempos que corren, tan hostiles para esta profesión, recogen la mejor tradición de la crónica, que es la novela secreta que, por falta de talento, siempre estamos haciendo los periodistas. Armada cuenta las causas de la presencia constante, cotidiana, de la muerte en un continente hermosísimo e intenta desentrañar el horror: la facilidad con la que uno puede matar a su semejante, la ferocidad con la que se muere. Gratuitamente, sin épica. El libro está compuesto por las piezas periodísticas publicadas en el diario El País durante sus años de corresponsal periférico, en los que viajaba con obstinación a las guerras, epidemias, matanzas y maldiciones singulares, como el nacimiento del virus del Ébola, ese asesino infalible que el escritor recrea con extraordinario talento literario. Se acompañan los textos profesionales con los fragmentos de los diarios personales escritos en las salas de espera de la muerte, los aeropuertos, los tiroteos y los ajusticiamientos religiosos, cuyos héroes siempre son los misioneros.
Estas confesiones subjetivas están contextualizadas con pasajes de la historia colonial africana en una suerte de cuento negro acerca de nuestra crueldad como especie. Las sensaciones que provoca el libro son primarias, humanas. Demasiado cercanas. Todo este material tan sensible se entrevera con la frialdad –relativa– propia del espectador periodístico, cuya prosa a ratos es luminosa y ejemplar, pero que debe dejar de lado –exigencias del oficio– el pálpito de la inmediatez sanguínea, la visión del espanto sin intermediarios. Armada mezcla de esta manera sus particulares odiseas de corresponsal anónimo con las estampas de un mundo devastado donde la vida es sofocante.
El periodismo es apenas una primera aproximación al pozo negro de África. La realidad sumergida es otra: la modificación del alma del escritor que contempla todo este panorama. Del contraste entre el género periodístico y el diario sentimental nace el verdadero valor literario de los Cuadernos Africanos, que utilizan la subjetividad como instrumento para contar lo objetivo. África, salvo en momentos concretos, parece no existir para Occidente excepto cuando encarna la brutalidad del ser humano. Es la frase de siempre: “Ahí fuera las cosas pueden ser peores”. El continente olvidado sangra por su costado desde hace siglos. Aún representa una idea medieval de la existencia, con dueños y esclavos, el espíritu de una Biblia que no está escrita pero que se vive a diario. Un caudal infinito de historias sobre la muerte que Armada logra recrear con la maestría y la ingenuidad que siguen siendo necesarias –a partes iguales– para practicar el mejor periodismo, que, por supuesto, también es literatura.
Artículo publicado en el Suplemento Culturas.
Diario de Sevilla
[9 Septiembre 1999]
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