Los recuerdos, rebasada cierta edad, adquieren un equívoco prestigio que, sin embargo, tiene más que ver con la desesperación por el tiempo consumido (a veces, en vano) que con la alegría de haber vivido determinadas situaciones, incluyendo el triunfo. “Son las maderas de los recuerdos con las que construimos nuestras esperanzas”, escribió Unamuno. No podemos más que darle la razón al escritor vasco al ver a los patriarcas del PSOE celebrar el 40 aniversario de su triunfo electoral en 1982, considerado el punto final de la Santa Transición. Como la memoria es débil y, en el caso de los más jóvenes, directamente insignificante, entre el abundante coro que estos días glosa (con deleite) la efeméride –celebrada con un mitin en Sevilla con la presencia de Felipe González y la marginación (temporal) de Alfonso Guerra– hemos oído toda clase de afirmaciones mayestáticas, en general exageradas, adjudicando al histórico líder del socialismo español un sinfín de milagros, salvo la resurrección de Cristo, que en nuestro caso –somos trabajadores– equivale a la creación de la Seguridad Social.
Los Aguafuertes en Crónica Global.