Las novelas sobre los artistas –las únicas novelas realmente verdaderas, según dicen algunos– nacen con los sofocos de la bohemia. A inicios del siglo pasado, de los años decimonónicos franceses e ingleses, en una gavilla de escritos profundamente subversivos, el artista se nos aparece como un rebelde ante los usos y costumbres de la vida burguesa, la vida de mantel y cofia, de corifeo a sueldo, de café con pastas y quietud diurna. De esas novelas –y de la imagen que en ellas se da de los artistas, preferente de los escritores y de los pintores– nos habla Francisco Calvo Serraller en La novela del artista, un ensayo entre literario y universitario –más lo segundo que lo primero– que le publicó Mondadori hace seis años y que ahora, por aquellas cosas de la vida editorial y otras cuitas del destino, encuentro de saldo en las colecciones que por correo vende la librería Fontana. Ediciones cuidadas, buenas y baratas. Un auténtico milagro en los tiempos que corren.
El mérito de Calvo Serraller –de su ensayo, mejor dicho– es que deja hablar muy bien a los autores. Es un texto lleno de citas que no se hace pesado y en que el lector ansía las más de las veces olvidar la grisura de la que peca la prosa del ilustre historiador del arte –poco amigo de los juegos verbales, mayormente sereno y de expresión recia– para caer de lleno en la literatura de los autores que componen su bibliografía. Pese a ser un texto rebosante de referencias cultas y literarias, el de Calvo Serraller no es un un ensayo sofocante ni para cuya lectura se necesite manual alguno. No. Peca quizás de ser demasiado simple en algunos capítulos –en otros se mantiene en ese difícil terreno de lo correcto, alejado de la chabacanería y de la ilustración estúpida– y de guiarse por un canon quizás excesivamente cerrado que le obliga a confiar en la figura del pintor o del escultor elegido más que en el el contexto histórico, lo que le hace perder cierta perspectiva. Sin embargo, el libro resulta reconfortante tanto por lo que dice como por cómo lo dice: de una forma sencilla, correcta, nada farragosa. No es mala virtud tratándose de un señor catedrático. Incluso diríamos que se trata de un gran mérito casi en extinción.
El artista bohemio, la vida del artista como héroe novelesco –antihéroe inmerso en un mundo burgués– ya aparece en el Tasso de Goethe, en el Hernani de Víctor Hugo y en otros muchos títulos. Todas estas referencias previas le sirven a Calvo Serraller para escribir un ensayo en el que el proceso de afirmación de la novela como género masivo –hoy día parece no haber otro; tal es la ignorancia y el mercantilismo editorial en la mayor parte de los casos– se dibuja en paralelo al protagonismo la figura del artista bohemio de las narraciones decimonónicas. No es sólo una cuestión del romanticismo de antaño: la idea demoniaca del escritor y del artista. No. Todo esto está, por supuesto, en el libro de Serraller. Pero lo que muestra es la dicotomía entre el artista y la sociedad, entre el ácrata creativo –condenado a su propia creatividad y a su arte– y los burgueses, entre los que se sienten incomprendidos y, al mismo tiempo, comprendidos.
El mundo real no va más allá de las circunstancias y los avatares materiales, convirtiéndose en un universo en el que los sueños y los insomnios del artista no encuentran ni el más mínimo cobijo. Calvo Serraller elige a Balzac como paradigma. Sus novelas y, sobre todo, una colección de ensayos titulados genéricamente Sobre los artistas, publicada por el novelista francés en La Silhouette. Balzac es el precursor, al menos novelístico, de la idea de que el hombre existe sólo en relación con la sociedad. El artista que abraza la bohemia, que huye de una vida doméstica ordenada y pausada, de los asuntos de provecho, el artista que se refugia en sí mismo –en su hambre– y que hace bandera de su marginalidad para poder ser él contra el mundo ramplón que lo rodea, lo condiciona y no le alimenta. Un dios demasiado humano que busca cobijo contra la tormenta –como cantara Dylan–, no lo encuentra y se recluye a vivir su hastío en soledad. La misma idea que todavía continúa tan vigente como ardiente.
Variaciones sobre un texto publicado en El Correo de Andalucía
[17 mayo 1996]
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