Píndaro, el poeta griego, aconsejaba a un interlocutor desconocido en un hermoso poema:
“Sólo hay dos cosas que, en verdad, sustentan/ las más dulces esencias de la vida:/ gozar de una fortuna floreciente/ y escuchar los clarines de la fama”.
Si damos estos versos por ciertos, está claro que lo de Sevilla es una extraña anomalía. La fama nos sobra –o eso creemos– pero la fortuna no nos acompaña ni en el ámbito económico ni en el político. Tampoco en lo social. Llueve y el Gobierno es más maldito que nunca, como dicen en Italia. Esta semana, mientras la Junta se desdecía de sus promesas sobre las Atarazanas y entregaba la escasa dignidad que le queda a la autonomía a cambio de una línea de crédito con la Caixa cuya contraprestación consiste en renunciar a una inversión millonaria y desistir de un pleito ganado de antemano, dos cuestiones de índole patrimonial han pasado como asuntos secundarios por la agenda política: la petición del Metropolitan para exponer algunas piezas del tesoro fenicio del Carambolo y la solicitud del Hermitage ruso y el Correr de Venecia para tener en préstamo una de las vistas generales de Sevilla que el Ayuntamiento cobija en su sede de San Francisco.
Por supuesto, hemos sacado pecho. El Ayuntamiento, titular del Carambolo y del lienzo en cuestión, entre otras muchas joyas artísticas, ha dado cumplida cuenta de ambas solicitudes para transmitirnos su creciente interés por las cuestiones patrimoniales; una obsesión política que, lejos de ser fruto de una convicción, surge del apuro que pasamos ante la Unesco por la ocurrencia de la famosa Torre Pelli. Después de que el alcalde cambiara su posición electoral –no a la torre– por una encendida defensa en foros internacionales –sí a la torre– alguien en la Plaza Nueva decidió, sin saberlo, emular al gran periodista que fue Pepe Guzmán cuando al escribir los cintillos de tres páginas de deportes en el decano –El Correo de Andalucía– optó por hacerlo con una prosodia genial: Boxeo, Más Boxeo, Hoy nos ha dado por el boxeo.
Si sustituyen el término boxeo por patrimonio entenderán a la perfección cuál es el mantra que repiten los concejales del PP por los pasillos del Cabildo. Patrimonio, Más Patrimonio, Hoy nos ha dado por el Patrimonio. Claro que en este punto habría que preguntarse cuál es el concepto del gobierno local sobre el patrimonio patrio. Es difícil responder a esta pregunta: ni ellos mismos lo tienen muy claro. En todo caso, en Sevilla todo esto no deja de ser una cuestión menor: lo importante es pregonar aunque no se sepa muy bien lo que se dice. Simular convicción, arrojo y seguridad. ¿Quién va a notarlo?
El interés del equipo de Zoido por el patrimonio hispalense –que nadie pone en duda, aunque sus métodos no sean muy conservacionistas– les ha hecho inventarse una ruta mudéjar –más virtual que cierta– traerse a Rajoy a Sevilla para celebrar el aniversario oficial de la declaración de la Catedral, la Giralda y la antigua Lonja como Patrimonio de la Humanidad –proclamas imperiales incluidas– y, por lo que dicen algunos, a sueldo de los interesados, también es la causa por la que el regidor decidió vetar el proyecto de Vázquez Consuegra para rehabilitar las Atarazanas. Todo en uno.
Habría que incorporar a esta lista de urgencia la decidida acción municipal de sustituir las farolas minimalistas de la Plaza del Pan, demasiado atrevidas para la mentalidad municipal; un hecho que, pese al coste del capricho, implica que en la Plaza Nueva existen criterios estéticos distintos –es un decir– en función de la parte de la ciudad de la que hablemos. Uno rige para el centro. Otro corresponde a extramuros. Como si Sevilla no fuera una única ciudad.
Las peticiones foráneas para exponer en el extranjero nuestras joyas históricas son argumentos ideales en este relato de las glorias hispalenses. No es pues raro que el Consistorio diera debida cumplida información por los canales propagandísticos habituales. ¡Sevillanos, somos tan grandes que nos piden el Carambolo y los cuadros del Ayuntamiento! El talento nos sobra.
Sólo es cierto a medias. Aunque las herencias artísticas de la ciudad son notables –eso no lo duda nadie– nuestro gran problema es que todo este patrimonio rara vez está a disposición de los sevillanos, que son sus legítimos propietarios y los que corren con los gastos. El Carambolo está en la caja de seguridad de la antigua Caja de Ahorros –que quizás no sea un sitio tan seguro como parece, a la vista de los hechos recientes– y el edificio llamado a acogerlo de forma estable –el Museo Arqueológico– sigue sin tener el dinero necesario para su remodelación debido a los recortes presupuestarios, cuestión en la que sería deseable que mediara –con su habitual eficacia– el alcalde.
El cuadro de Sevilla, expuesto en la sede consistorial, no goza del acceso que merece. No es nada raro, por otra parte: en Sevilla estuvimos mucho tiempo discutiendo si creábamos un Centro Velázquez –ahora en manos privadas, pero financiado con recursos públicos– a cuenta de la famosa Santa Rufina mientras teníamos otros lienzos del magistral pintor sevillano, como La imposición de la Casulla a San Ildefonso, oculto en un rincón del Alcázar, sin luz para poder contemplarlo. Una verdadera insensatez. Ahora ambos cuadros están cedidos a la Fundación Focus. Verlos no baja de los 5 euros.
Deberíamos, pues, presumir menos en Sevilla de las glorias del pasado –cosa que siempre hacemos cuando otros nos las piden prestadas– y concentrar nuestra atención en sacarles partido en beneficio de la propia ciudad. Sevilla está llena de piezas, edificios y elementos patrimoniales excepcionales pese a la destrucción de la que la ciudad viene siendo objeto desde finales del XVII, cuando se quedó anclada en el tiempo y pasó de ser la capital del mundo a un poblachón provinciano, cercado por la mentalidad agraria.
El patrimonio de Sevilla no es como el cuadro que la abuela deja a los nietos en el reparto de la herencia. Supone uno de los pocos recursos propios con los que contamos para que la ciudad mejore su imagen –la cultura es la mejor marca urbana–, obtenga ingresos que no sólo procedan del turismo folclórico y transmita al mundo que en un momento dado de la historia la mentalidad universal fue un rasgo sevillano, aunque de esto, tantos siglos después, apenas si nos quede nada. Tan sólo algunas extrañas anomalías.
J.L. dice
Como «adicto» a esta Noria, te animo a que emprendas cuanto antes una «Semiótica de lo hispalense». La manipulación -interesada y, muchas veces, espúrea- de los símbolos en esta Ciudad es interesante, sobre todo cuando en ocasiones descubre los entresijos e intereses ocultos precisamente de forma involuntaria. Si obviamos -pese a su importancia y con una gran ironía subliminal- que no se conoce contrasprestación sobre dichos préstamos, llaman la atención los objetos con los que se pretende «sacar pecho».
Aunque la «pelea de gallos» sobre el tesoro del Carambolo hace correr más ríos de tinta (y más estultas y vacías proclamas), mucho más significativo es el «cuadro de la abuela». ¿Qué representa la «Vista de Sevilla y el Arenal»? La decadencia de una ciudad poco después de que la Casa de Contratación fuera trasladadada a Cádiz. Además, está datado medio siglo antes de la decisiva demarcación del asistente Olavide, uno de los pocos momentos de codura de la historia de una ciudad de caótica vocación. Por si fuera poco, medio centenar de los edificios que se vislumbran ya no existen. Todo eso es lo que prestamos y «exportamos». La obsesión por los «talentos», que no por el talento…