La discordia entre los seres humanos es el motor secreto de la Historia. También suele ser el combustible, en muchos casos altamente inflamable, que alimenta su posterior interpretación. Sobre todo desde la entronización académica de las filosofías posmodernas, que sostienen que no existe una verdad objetiva y factual, sino una miríada de perspectivas que nos conducen sin remedio, aunque no por casualidad, al sinsentido permanente o a eso que algunos llaman las verdades alternativas, mediante las cuales es tarea sencilla hacer una deconstrucción del pretérito que resulte conveniente –aunque este término no equivalga ni a la exactitud ni a la bondad– a los intereses (políticos) del presente. Dentro de esta lógica, hechos idénticos pueden tener una jerarquía diferente con independencia de cuál sea su importancia, convirtiendo así en rasa una geografía humana que, por su propia naturaleza, es un paisaje con cordilleras, valles, interiores y espacios, en general irregulares, de costa. Todos ellos distintos. Un mapa –en este caso del franquismo– debe ser una representación fiel y aproximada, más que un molde concebido para reproducir imágenes en cadena y de forma mecánica.
Las Disidencias en The Objective.