“Yo no he trabajado nunca. Nunca he buscado nada. Todo me ha venido dado. Cualquier día se acabará mi Fortuna”. Francisco Rico Manrique (1942-2024) acostumbraba a fingir una modestia desinteresada. Al mismo tiempo, practicaba una seguridad pasmosa y orgullosa que escondía –quien lo conoció, lo sabe– una secretísima ternura. Para muchos de sus amigos era el típico sentimental que camufla debajo de una máscara de falsa suficiencia una sensibilidad excesiva. Es una manera como cualquier otra de protegerse de los zarpazos de la vida. En su caso, sin embargo, los hechos avalan la leyenda. Lo dejó dicho Dutton Peabody, el periodista de El hombre que mató a Liberty Valance, la película de John Ford: entre la verdad y la leyenda siempredebe imprimirse la última. Barcelonés (ma non troppo), educado por los Escolapios de la calle Balmes, sufridor (sin rencor) de la educación del nacional-catolicisme (la versión catalana de la doctrina franquista de posguerra), el catedrático de la Universidad Autónoma encarnó a un personaje irrepetible y fascinante que, desde el mundo académico, donde toda vanidad ridícula tiene su asiento, por decirlo a la manera de Cervantes, se dedicó a leer y a estudiar con un ánimo hedonista, colosal y omnívoro que, con los años, haría de su persona el príncipe de la filología española. Probablemente el último. Un fin de raza.
Las Disidencias en Letra Global.
