La vida es como una noria. Primero estás abajo. Después asciendes. A continuación –si el artefacto cumple la función para la que fue creado– alcanzas la cima, que puede reducirse a un instante pasajero o durar un poco más de tiempo. De repente, sin más lógica que la costumbre, bajas sin remedio. Esta ceremonia de altibajos puede ser eterna –hasta que el destino decida que tu viaje debe culminar– o limitarse a un simple segundo. Depende. Grosso modo, por decirlo en latín, este itinerario es el habitual de cualquier persona, ya se trate de un rey o de la experiencia de un mendigo. No sólo la muerte nos iguala. También lo hace la fortuna, aunque sea con una cadencia que da la (falsa) impresión de que su timón nos obedece. De un modo bastante similar podía resumirse la trayectoria profesional de Enrique Murillo (Barcelona, 1944), periodista, traductor y editor, que acaba de publicar –con gran éxito de crítica, el interés del público y cierto asombro (hipócrita) dentro de los mentideros del libro– unas espléndidas memorias, bien escritas y mejor concebidas, extensas y frondosas, donde relata bastante más cosas que su humilde biografía. Cuenta, como nunca nadie había hecho antes, los arcanos del mundo editorial, que continúa siendo la primera industria cultural de España y (todavía, aunque en inevitable retroceso) uno de los más sólidos puentes de influencia entre la Península Ibérica y los países de la antigua América española.
Las Disidencias en The Objective.
