Extremadura, desde el punto de vista histórico y geográfico, es una tierra de frontera. Y es justo en estas latitudes intermedias, antes que en cualquier otra parte, donde suceden las cosas importantes. Las elecciones del 28M, que aquí serán dobles, al votarse la Asamblea Regional y ayuntamientos y diputaciones, diagnosticarán con más exactitud que cualquier encuesta el grado exacto de ebullición del caldero político español. El manómetro extremeño anticipará el duelo de diciembre. Los socialistas, que a excepción del paréntesis entre 2011 y 2015, cuando el PP presidió la Junta regional por primera –y única vez– en su historia, parten como favoritos. Son también quienes tienen más que perder: un retroceso en su mayoría absoluta, que es lo que auguran casi todos los sondeos, puede ser leído, en un contexto favorable, como una muestra del punto real de debilidad del PSOE, que requeriría para continuar mandando en Mérida el apoyo –ya se vería a qué precio– de Unidas por Extremadura.
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