Savater, el filósofo vasco de la perilla blanquecina, escribano en todas las revistas, todos los periódicos, todas las editoriales, autor de todas las conferencias, rompió hace mucho tiempo, quizás demasiado, la tendencia de recluir a la filosofía, esa madre bonachona que nunca miramos con buenos ojos, en las fortalezas de las cátedras, los departamentos y demás organismos de los que se compone la cosa universitaria; esto es: el trauma de los estudios superiores. Savater sacó la filosofía a la calle o, en su defecto, la devolvió a los periódicos, que no son exactamente lo mismo que la calle, pero sí algo aproximado, emulando así al viejo abuelo Celaya, otro vasco de yunque y dulzura muerta.
Para lavar la cara y quitar la mierda que ha ido poco a poco adhiriéndose a las doctrinas filosóficas, en su mayor parte debido a los perseguidores de cualquier nacimiento disidente, nos harían falta un sinfín de savateres, otros filósofos que escribieran con el mismo gusto o que tuvieran perfeccionado ese registro sencillo, ameno e irónico que destilan los textos de nuestro mayor sabio bizco, tan estrábico como certero. Sobre vivir (Ariel. 1984) es una colección de artículos y ensayos breves que comienzan con una cita de Kierkegaard: “Como todo devenir, la vida es polémica”. Los textos proceden de los años de la Transición, de cuando aquel socialismo recién llegado al poder comenzó a desvelar que no iba a llegar donde se esperaba. Ya lo dijo Neruda, a quien en esto no me cansaré de citar: “Nosotros, los de entonces, no somos los mismos”.
El libro es una miscelánea: temas variados, retórica cambiante. Savater nos habla de sí mismo: de sus manías, sus costumbres, preferencias literarias y cinematográficas, personalidad. De la guerra, del espíritu militar –desmontado gracias a un mecanismo irónico envidiable–, el vino, la moral, la cosa docente o de cualquier otro asunto con el que el filósofo mayor de nuestras letras haya estado alguna vez vinculado. También de esa cosa fascinante y relativa que llamamos actualidad, situada entre la publicidad, la propaganda, el show business y los fogonazos gracias a los cuales se mueve la opinión pública, maleable e inexistente. Reseñar el libro se antoja imposible por su variedad y su extremado refinamiento. Es mucho mejor leerlo.
Filosofad, filosofad, malditos, nos anima Savater desde su páginas, a las que dedica piezas deliciosas sobre el arte de no tomarse en serio, esa sabiduría de iniciados que consiste en reírse de uno mismo, una sana costumbre contra el espíritu de los nuevos hagiógrafos, aquellos que nos presentan como todo lo que es nada. Escribir filosofía es hacer un strip-tease. Savater se desnuda, metafóricamente, con humildad y llaneza, en lucha desigual contra los tópicos y las ideas prefabricadas de nuestra sociedad, donde Haro Tecglen vio con razón el embrión de una ruptura profunda. Contra los burócratas, los salvapatrias, los cantamañanas, los amantes de la apropiación lingüística, los aficionados a los vicios nunca vencidos por completo –populismos varios, totalitarismos mentales– Savater administra, con abolengo griego, la sabiduría del hombre normal, la serenidad de los simples:
“Alguien ha dicho que la magnitud del espíritu se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar. Si esto es así ,debo reconocer que el mío no sobrepasa los 25 centímetros. Dicho en términos boxísticos: soy un pobre encajador de soledad, tengo la mandíbula de cristal para el abandono”.
Variaciones sobre un texto publicado en El Correo de Andalucía
[23 diciembre 1994]
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