El extraño caso de Flannery OʼConnor (1925-1964), escritora del Sur de los Estados Unidos, de cuyo nacimiento se cumplirá un siglo el próximo mes de marzo, hace que vuelva a cobrar sentido el interrogante (bizantino) de si la literatura se construye con los buenos deseos y las mejores intenciones o, por el contrario, su obligación es mostrar la realidad de las cosas y de las personas tal y como sucede. OʼConnor fue, esencialmente, una autora católica. Tenía por tanto un concepto del bien y, en consecuencia, también una idea precisa de lo que es el mal. Al margen de que se compartan o no sus presupuestos morales, escribió dos estupendas novelas –Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan– que Lumen acaba de reunir en un único volumen, y una colección de cuentos, compendiada también por este sello editorial, que la sitúan entre los grandes autores del gótico sureño estadounidense, una etiqueta algo arbitraria que pretende identificar a los hijos (tardíos) de Edgar Allan Poe, uno de los fundadores de la letras norteamericanas, que encontraron una fecundísima veta literaria en el singular cruce entre el naturalismo, la teología y la locura, incluyendo su variante más carnal: la violencia.
Las Disidencias en The Objective.