La literatura es un universo en el cual rigen, entre otras, dos leyes capitales. En primer lugar, la ley de la gravedad: cualquier elevación excesiva, sobre todo cuando la altura retórica pierde contacto con la realidad y se convierte en pura impostación, antes o después termina descendiendo, ya sea de forma paulatina o súbita. Y, en segundo lugar, acostumbra a confundirse lo nuevo con la novedad, dos términos que, como ya explicó Octavio Paz en un fabuloso ensayo dedicado a la poesía moderna – Los hijos del limo–, no son exactamente términos equivalentes, sino complementarios. Si ambas leyes continúan vigentes se debe a que el hombre tiene la costumbre de olvidar –no digamos ya en este presente tecnológico, anchísimo y ajeno– el sendero de la tradición y confundir lo reelaborado con la innovación.
Las Disidencias en The Objective.