El verdadero rostro de cualquier hombre es una suma de máscaras, a menudo azotadas por una tormenta interior y agitadas por una tempestad exterior. En el caso de Johan Wolfgang Goethe (1749-1832), eje del canon de la literatura clásica escrita en alemán, encontramos, fundidas en una única aleación, a las dos grandes tradiciones culturales de Occidente. Por un lado, el pathos romántico, la emoción súbita, vitalista y desinhibida; la obstinación adánica, una perspectiva del mundo vista desde la cima de una colina, al modo de El caminante sobre el mar de nubes, el famoso lienzo de Caspar David Friedrich. Por otro, el ethos clásico, el perfil (exacto) de una bella estatua que ha sobrevivido al pretérito, las columnatas derruidas, pero triunfantes ante el tiempo, de la Roma Eterna que empezó –como recordase César Augusto– siendo de barro y ladrillo y terminó con templos y palacios de mármol, antes de extinguirse debajo de un campo agreste y abandonado de ortigas y hierbas descuidadas.
Las Disidencias en Letra Global.