Parece una absoluta paradoja y, sin embargo, esconde una coherencia mayúscula: los autores de los mejores poemas épicos son, a su vez, ilustres derrotados. Gente fracasada, vencida por las calamidades de la vida, que conjura sus fantasmas mediante la sublimación (artística) de la epopeya. Sucede con Homero, que no llegó a librar –que se sepa– guerra alguna pero compuso en hexámetros memorables los dos grandes poemas fundacionales de la literatura occidental –un episodio (colérico) de la guerra de Troya y la venganza de un navegante inmoral que regresa a su casa y extermina a los enemigos que ambicionaban su palacio y a su esposa–. Y también pasa, aunque de forma distinta, con Cervantes, que siempre estuvo orgulloso de Lepanto, aunque el trance lo dejase de por vida manco, y cantó (en prosa) el ocaso de la antigua epopeya, cuya última muestra y sucesora es la primera novela moderna. Dados estos antecedentes, cabe leer Guerra en España, acaso el más importante e interesante de los libros reconstruidos de Juan Ramón Jiménez (1881-1956), como una descomunal hazaña concebida por un hombre –cosmopolita onubense– que pasó más de dos décadas en el exilio –desde su salida de la España del 36 hasta su muerte (viuda) en Puerto Rico, que siempre le recordó a Cádiz, – y al que la concesión del Premio Nobel, dos años antes de su deceso, no pudo consolar del apagamiento y el desgarro.
Las Disidencias en Letra Global.