Probablemente una de las mayores dificultades a la hora de escribir biografías sobre genios consiste en encontrar la manera de trascender el retrato canónico del personaje elegido. En liberarse de su efigie sin incurrir en la repetición (previsible) de su estatua. En caso contrario, casi es mejor no empezar la tarea. ¿Para qué volver a transitar el camino de una vida de la que se ha contado todo? Se antoja un esfuerzo estéril. Y, sin embargo, en la mayoría de estos casos las existencias, hazañas y milagros de los grandes hombres y mujeres de la historia es donde más necesario resulta hacer este ejercicio de análisis, sin caer en el habitual revisionismo. Con los personajes verdaderamente capitales de la cultura, ya sean políticos, intelectuales o artistas, sucede algo equivalente a lo que ocurre con los grandes clásicos de la literatura: cada generación debe interpretarlos –y por tanto traducirlos– en función de su sensibilidad, en busca de una perspectiva acorde con su propio tiempo. Que los grandes escritores sigan diciéndonos cosas muchos siglos después de haber escrito, como sucede con Homero o con Cervantes, se debe no sólo a la condición imperecedera de sus obras, sino al milagro de que los hombres de cada hora son capaces de identificarse con ellos. De leerse en sus obras.
Las Disidencias en The Objective.