La devastación íntima es una criatura que tiene múltiples rostros. Albert Camus nos enseña una de sus infinitas caras –la aparente indiferencia– en el comienzo de El Extranjero (1944): “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero esto no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. El narrador muestra entonces una apatía ambigua que desconcierta en la medida en que no se acoge de inmediato a la socorrida pauta social de expresar un duelo inconmensurable por quien nos trajo al mundo, aunque tras esta frialdad –hay que vivirlo para saberlo– se oculte un dolor mayor: la muerte no de una persona concreta, sino de todos, que es lo que se vislumbra cuando se sabe de la impotencia que provoca su aparición, que si es dramática es porque, cuando llega, no hace ruido y su presencia entraña un silencio que sabemos que será eterno. Para siempre.
Las Disidencias en Letra Global.
