Ahora que ya nadie escribe cartas, y que las redes sociales han convertido la intimidad en un producto de saldo en el mercado de la atención –el mensaje carece de importancia si congrega a una audiencia a la que pueda vendérsele algo o ser vendida; o ambas cosas–, publicar un volumen de medio centenar de páginas que reúne epístolas redactadas hace ocho décadas se antoja una empresa bizantina y, por supuesto, ruinosa. Salvo que la iniciativa –en este caso el mérito es del sello Ediciones B– se tome como un sanísimo gesto de rebeldía. ¿Que ya nadie escribe cartas? Pues aquí tenéis ración de sobra. ¡Mirad, así se comunicaba la gente hasta hace sólo dos décadas: poniendo sus pensamientos e impresiones en un papel! Es curioso, pero muchos rastros del mundo de ayer (mismo) se han convertido, debido a la súbita aceleración del tiempo que exige la dictadura digital, en pura arqueología. Quienes lo vivimos, lo sabemos bien: entre el momento de la escritura de una epístola y su lectura –hasta en el caso del servicio postal estadounidense, que es toda una institución– podían transcurrir semanas, a veces meses, sin que ni el emisor ni el destinatario tuvieran ninguna prisa por recibir una respuesta. Todo lo contrario que ahora.
Las Disidencias en Letra Global.