Una de las leyes del comercio –esa clase de relación económica que se establece entre aquellos que poseen determinadas cosas y quienes desean adquirirlas– es que el valor de una mercancía depende de un punto de equilibrio –presuntamente virtuoso– entre los afanes de una parte y las expectativas (latentes) de la contraria. Como abstracción, dicha descripción es tan correcta como idealista. La realidad tiende a desmentirla a diario. Cuando sucede, descubrimos la diferencia que media entre un trato justo y una estafa. Uno puede necesitar comida para sobrevivir, pero si su precio –elemento que es distinto de su coste y diferente a su valor– se torna abusivo (por ejemplo debido a los intereses particulares) es probable que termine pasando hambre. En política sucede lo mismo con una exactitud prodigiosa. ¿En cuántas negociaciones la voluntad y la igualdad se quedan fuera del marco operativo? ¿Cuántos pactos suscritos por los partidos se basan en una situación de debilidad o provocan injusticias? Entre quienes se sientan en una mesa para repartirse lo que no es suyo, sino de todos, existe una relación de poder.
Los Aguafuertes en Crónica Global.