No acostumbra a considerarse, pero las obras de arte más fascinantes que existen son las ciudades. Al contrario que un poema, una novela, un cuadro, una melodía o una película, artefactos culturales encerrados sobre sí mismos, las ciudades están sometidas al cambio permanente y conviven –porque es parte de su naturaleza– con el caos, el desorden y el contraste. Ninguna tiene un autor único, a pesar de los anhelos de determinados arquitectos, devotos de la tábula rasa. Son obras colectivas, una suma (imperfecta) de voluntades, ambiciones, pecados y desgracias. Su rostro siempre es pasajero y fugitivo. En ellas el paisaje muta al compás del paisanaje. Si tuviéramos que describir su materia diríamos que, además de edificios, plazas, criaturas, sueños y trabajos, están hechas con la misma aleación de la existencia: el tiempo. Como las personas, algunas ciudades tienen distintas edades, aunque no cambien de nombre.
Las Disidencias en Letra Global.
