Los corruptos patrióticos se dividen en dos grandes estirpes: aquellos que piden perdón por sus fechorías y quienes se mantienen orgullosos y firmes en el pedestal del oprobio, fingiendo una falsa dignidad que ellos mismos tiraron antes por la borda. España es un país de cultura católica, así que no es de extrañar que el acto de contrición –sin propósito de enmienda, por supuesto– haya ganado últimamente adeptos. Sale barato y goza de una indudable buena prensa. Desde que el rey emérito, Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, pidió la benevolencia general antes de abdicar por sus correrías africanas, la moda de implorar –retóricamente– la bendición de la sociedad se ha convertido en un acto casi reflejo de nuestros próceres públicos, cuyos vicios siguen siendo tan privados como siempre.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Deja una respuesta