Una de las mayores incógnitas de la política española reciente, que hace mucho tiempo que se ha instalado en las agrias trincheras (sectarias) de la polarización, es cómo debemos datar el momento exacto en el que Pedro Sánchez, El Insomne, perdió el sentido de la realidad y devolvió a este país al sendero que conduce a un precipicio (histórico) que parecía haber dejado atrás para siempre. Uno de los rasgos que caracterizan a los países civilizados –en especial dentro del contexto europeo– es que, por bronca y dura que sea la discusión política, nadie le niega al adversario, y menos desde el ejercicio del poder, su legitimidad dentro del sistema democrático, del mismo modo que todos los partidos aspiran a reformar su sistema político de acuerdo con su ideología, en lugar de dinamitarlo desde dentro. Ambas cuestiones, para asombro de todos, han dejado de tener importancia en la España oficial, donde muchos celebran la imposición de sambenitos y resucitan el espíritu (puritano) de la vieja inquisición ideológica. Todas nuestras catástrofes han sido normalizadas.
Los Aguafuertes en Crónica Global.