El azar, con sus indiscutibles dotes irónicas, ha hecho coincidir en el tiempo, en este arranque oficial de un verano que se presenta tórrido e imposible, las conversaciones políticas definitivas sobre el cupo catalán –sustentadas en una singularidad ficticia que pretende convertir la asimetría territorial en una duradera insolidaridad fiscal– con el enésimo colapso de la red ferroviaria (trenes alta velocidad que dejan tirados durante horas a miles de viajeros por la ausencia sostenida de inversiones y mantenimiento) y la saturación de la Terminal 4 de Barajas, mientras, en paralelo, Moncloa daba luz verde a los planes de ampliación del Prat. A la luz de estos hechos cuesta trabajo creer en las bondades económicas que pregona un Gobierno terminal cuyo presidente sólo tiene como objetivo aferrarse al cargo, despreciando el obligado control parlamentario. Los hechos también hacen inverosímil el famoso argumento de Salvador Illa de que los privilegios financieros que reclama Cataluña no supondrán ningún problema para el resto de autonomías españolas.
Los Aguafuertes en Crónica Global.