El talento, en contra de lo que se piensa, es sobre todo una cuestión de insistencia. Consecuencia de la voluntad. No existen los genios, sino los hombres constantes. Si aplicamos esta regla al alcalde de Sevilla, que desde que tomó posesión del cargo repite este concepto a la menor ocasión posible, y hasta en los contextos imposibles, tendríamos que concluir que a la vista de las apariencias, efectivamente, estamos ante un político de extraordinarios talentos. Superlativos. Seamos justos: no es nada fácil representar los intereses de los ciudadanos y, al mismo tiempo, trabajar con tanto fervor en defensa de los beneficios particulares de una empresa privada. Especialmente si ésta pertenece al sector financiero. Sus méritos resultan evidentes. Indiscutibles, sus éxitos. Zoido (Juan Ignacio) ha logrado cumplir su último objetivo capital: impedir que Sevilla tenga un centro cultural en las Atarazanas.
La Caixa, promotora de esta fracasada iniciativa, confirmó ayer a la Junta, dueña de los históricos astilleros sevillanos, que dejar morir su propio proyecto cultural es una resolución firme. No hay marcha atrás. La caja de ahorros catalana, tan amante de la seguridad jurídica, al igual que otros muchos empresarios españoles, deja de considerar trascendente esta cuestión justo cuando, como le ocurre a muchos otros dueños de empresas, de lo que se trata es de velar por sus intereses económicos inmediatos. La seguridad ajena siempre ha sido un factor irrelevante y flexible, casi aéreo. La única seguridad que realmente cuenta es la propia. Coherencia, se llama la figura.
La nueva propietaria de la antigua Cajasol, circunstancia que implica un predominio fáctico, y bastante real, sobre la Sevilla oficial, viene así a dar carta de naturaleza completa al acuerdo suscrito hace apenas unas semanas con el alcalde. No sólo esto. Gracias a su generosa bondad, y dado su enorme grado de compromiso con las necesidades de los sevillanos –parte de cuyo dinero cobija a buen recaudo en sus oficinas–, a pesar de que ya no piensa gastarse 25 millones de euros en las Atarazanas, está predispuesta a ayudar a los pobres de los barrios (familias necesitadas, según el lenguaje políticamente correcto); puede estudiar la idea de financiar la recuperación de algunas iglesias (Santa Catalina, la primera, claro) y hasta podría aportar un tercio de lo que le cueste a la Junta reabrir las Atarazanas sin uso alguno.
Incluso ha tenido la singular gentileza de regalarnos el proyecto de Guillermo Vázquez Consuegra, convertido en inútil tras su categórica decisión. Tanta caridad asombra. Tanta entrega, marea. Sobre todo si procede de una entidad entre cuyos planes inmediatos está cerrar Isla Mágica y desprenderse de buena parte de la obra social (y sociológica) de las antiguas cajas sevillanas. Tenemos, pues, el binomio perfecto: un alcalde talentoso que es capaz de decir una cosa y acto seguido su contraria; y una corporación financiera dispuesta a sacrificar su cuenta de resultados por beneficiar a la plaza sevillana, mucho más trascendente (financieramente hablando) que cualquier otra. Esto es Sevilla. Los ingredientes, a la vista está, dan para escribir una fábula que nos permita creer que pasar la Navidad en Sevilla incluye ver la nieve y olvidarnos de esa inaceptable leyenda urbana que sostiene que los Reyes Magos son los padres.
El único problema de todo este cuento es que no es verdad. La fábula del talento, aplicada al CaixaFórum, no reúne el requisito mínimo para ser una ficción eficaz: la verosimilitud. Con independencia de la opinión que merezca la intervención arquitectónica en las Atarazanas, el giro de las últimas semanas es totalmente anómalo. Sorprendente. No responde ni a cuestiones de índole patrimonial ni estéticas. Tampoco políticas. Sólo se explica a partir de una decisión de naturaleza económica; un asunto en el que, ya se sabe, ni existen las patrias ni los sentimientos, sino sólo los talentos, que también pueden ser un valor de cambio. Me refiero a los talentos que tienen que ver con los metales preciosos, no con la inteligencia. La mítica moneda de cuenta de griegos y romanos.
El acuerdo que el alcalde alcanzó con la Caixa es digno de estudio. Además de perjudicar a la ciudad, carece de rentabilidad política real, ya que enfrenta a la entidad financiera catalana, cuyos intereses en Andalucía son evidentes, con la Junta. ¿Cómo es posible? Sólo si se repara en que la política en realidad no es más que un disfraz más o menos recurrente de la economía. El motivo que lleva a la Caixa a incumplir su palabra, y de paso un contrato en vigor, responde a un interés inmobiliario primario: sacar el máximo rédito al complejo de oficinas de la Torre Pelli. Por eso cualquier reconsideración de la posición anunciada hace unos días era una posibilidad improbable. La poesía siempre termina donde empieza la contabilidad.
El interés de la entidad financiera consiste en invertir en sí misma, no en la ciudad. El cambio de ubicación del CaixaFórum no tiene más sentido que impulsar, gracias a una actividad artificial, un proyecto heredado que ahora, con la crisis, está completamente estancado. Casi se diría muerto. Con visos incluso de ser ruinoso. Algunos datos ciertos permiten a entenderlo. Uno: la Caixa es propietaria de casi todos los edificios ocupados en otras ciudades españoles por su famosa franquicia cultural. Dos: desde el principio la caja catalana quiso obtener la titularidad completa de las Atarazanas. Los motivos son muy básicos: es mejor gastar tu dinero en mejorar tu propia casa si lo que pretendes después es venderla que hacerlo en una vivienda ajena. Eso es todo.
La Junta se negó en su momento a vender las Atarazanas (hubiera sido como traspasar la Giralda). Esto explica que la rehabilitación se articulase a través de una concesión administrativa. Los términos de partida eran nítidos: la Caixa rehabilitaba para su propia fundación los astilleros sevillanos a cambio de un derecho de uso que duraba 70 años. Transcurrido este tiempo, el edificio volvía a manos públicas. La inversión revertía así en la ciudad de forma permanente. El promotor era el instrumento. El traslado del CaixaFórum a la Torre Pelli cambia este planteamiento: el rascacielos y su anexo ya son propiedad de la entidad financiera. Aquí no es la arrendataria, sino la arrendadora. No pagará: cobrará. Mudar el proyecto de las Atarazanas al Sur de la Isla de la Cartuja le permitirá vender el rascacielos en mejores condiciones objetivas. El asunto es así simple. E inconfesable.
El papel del Ayuntamiento en esta obra es, sustancialmente, argumental. Empieza justo aquí, cuando Zoido decide dar cobijo político a esta estrategia inmobiliaria. Esencialmente para erosionar a la Junta, aunque hacerlo sea a costa de dejar un bien de extraordinario valor histórico sin proyecto, sin dinero y sin futuro. Realmente notable. Casi se diría épico. También resulta ilustrativo de lo que el alcalde es capaz de hacer cuando lo que está en cuestión es su propia imagen política. No hay límites. No hay mesura. A partir de entonces la Caixa ve el cielo abierto. La entidad catalana siempre concibió la operación de las Atarazanas desde el punto de vista de la rentabilidad. Pero su visión de este concepto ha cambiado de enfoque. Primero pensó en obtener rédito social, un beneficio en términos de imagen que le resultaba útil en un momento en el que era una más en el entonces convulso mapa financiero andaluz. Las Atarazanas parecían una transacción razonable: la ciudad recuperaba un edificio simbólico a cambio de que la entidad financiera concretase piedra sobre piedra, que diría Rajoy, de forma perdurable, su compromiso con Sevilla. Después, los términos de esta ecuación cambiaron: Cajasol entró a formar parte de su balance consolidado y lo que hasta entonces había sido un objetivo estratégico se transformó en un gasto. Una rémora. Todo lo sucedido desde entonces responde a este cambio de óptica, aunque si somos fatalistas no deberíamos extrañarnos. Los bancos son los bancos. No creen más que en sí mismos.
En cambio, lo que sí resulta inaudito, sobre todo porque no hay precedentes, es que el alcalde de Sevilla, encargado de velar por el bien común y los intereses generales de la ciudad, participe en esta ceremonia crematística dando cobijo, aliento y una coartada (fallida, en todo caso) a quienes en lugar de cumplir su promesa de rehabilitar un monumento en ruinas ahora piensen en el dinero. La guinda es que el sainete se disfrace además con el argumento de la importancia del patrimonio histórico de Sevilla. Por cierto, todavía no sabemos de quién partió en realidad la iniciativa. ¿Quién propuso la idea? ¿Fue Zoido a la Caixa o al revés? Esperemos que algún periodista se atreva a preguntarlo. Verlo publicado ya será mucho más difícil.
El naufragio del CaixaFórum de las Atarazanas ya es un hecho. También una interesante lección. En la vida sólo hay algo peor que no tener criterio: carecer de él y guiarse únicamente por el interés inmediato. El relativismo político en su versión más populista. Si la decisión de Zoido de enterrar el proyecto de las Atarazanas procediera de un análisis serio o del convencimiento íntimo de que realmente esto es lo que la ciudad necesita en estos momentos, la cuestión seguiría siendo discutible, y equivocada, pero al menos respondería a algún tipo de lógica. No es el caso: la postura municipal no es más que la consecuencia última de un argumento retórico errado llevado hasta el extremo. Una enorme impostura que perjudica a la ciudad y a su máximo gobernante, aunque ni él mismo se dé cuenta.
De paso, intentemos ser positivos, acaso sea también el antídoto definitivo contra la falsa fábula del talento de Zoido. El manifiesto civil en favor del CaixaFórum lo han suscrito tres premios Pritzker de Arquitectura (Rafael Moneo, Álvaro Siza, Eduardo Souto de Moura), dos premios Mies Van der Rohe, cinco premios nacionales de esta disciplina y una extensísima relación de intelectuales, artistas, catedráticos y profesionales. Todos son referentes en sus respectivos campos. Probablemente ninguno de ellos tiene el talento suficiente para que Zoido se preste a escuchar sus argumentos. Debe ser eso. O puede que haya otra explicación mucho más simple. Mucho más sencilla. Quizás todo se deba a un simple error semántico: los talentos a los que el alcalde se refiere en sus discursos son los de la biblia: las monedas de los últimos días de Babilonia.
Elena dice
Que una decisión tan importante como el abandono de las Atarazanas a su suerte, no haya sido tema importante para editoriales de los periódicos locales y sólo se haya dado salida al cinismo más delirante, da idea de como están los medios de este país y de esta ciudad en particular. Gracias Carlos
Javila dice
Más preocupante aún es que un análisis tan espléndido como el que aquí se hace, como todos los suyos, por cierto, sólo se pueda leer en un blog y no en las páginas de la prensa local. Qué triste es que con la escusa de la crisis se descabecen las redacciones de los memios mandando al paro a quienes, precisamente, tienen esa capacidad para desmenuzar críticamente lo que subyace bajo la superficie de los titulares.