El imparable avance de las nuevas tecnologías asombra al mundo, altera los hábitos sociales y, al menos para las generaciones nacidas durante los últimos treinta años, ha cambiado por completo la vida cotidiana. Sin embargo, inmersos en tan colosal fascinación, nadie parece haberse hecho la pregunta capital de la filosofía política: ¿las máquinas (que ya nos gobiernan) son amigas o enemigas? La célebre distinción de Carl Schmitt, que sitúa el antagonismo en el centro de las relaciones sociales, ha sido desactivada por arte de magia, al tiempo que se extiende la sensación de que la nueva era digital –un universo que surgió como supuesta alternativa al capitalismo y ha terminado convirtiéndose en la última de sus grandes metamorfosis– sólo es el preludio de la creación de lo post-humano.
La historia del siglo XX, que para los nativos digitales equivale a una prehistoria sin internet, móviles y redes sociales, demuestra que bajo las falsas utopías de liberación, sean patrióticas o internacionalistas, nacionalistas o proletarias, a menudo se esconde la faz (oscura) de depuradísimas formas de esclavitud, dogmatismo y muerte. Esta analogía puede provocar desconcierto: comparar la entronización del algoritmo, criatura sin encarnación, matemática abstracta, con los horrores del nazismo o del comunismo tiende a juzgarse exageración o dislate. Pero todos estos fenómenos comparten el mismo principio, una idéntica actitud: desligar al hombre de su condición humana, arrojándolo hacia otro lugar.
Las Disidencias en Letra Global.