Hay una escena (memorable) escrita por Molière en El burgués gentilhombre, una de sus comedias de costumbres más divertidas, en la que Monsier Jourdain, un cuarentón ridículo que disfruta de una fortuna gracias a una herencia, movido por el anhelo de convertirse en un aristócrata de la corte, intenta ganarse, con lisonjas y organizando grandes banquetes, el favor y la estima de sus iguales, que no lo eran y tampoco podían serlo porque la nobleza no se adquiere con dinero. Semejante pavo real –por animalizar el arquetipo creado por el dramaturgo francés– se esfuerza en adquirir modales galantes para dotarse de la apariencia necesaria. Entre ellos, la escritura de una carta de amor, que encarga a un filósofo a sueldo. Cuando éste le pregunta si desea la misiva para su enamorada en forma de poema, no sabe distinguir entre la prosa y el verso, pero proclama satisfecho que nació “hablando en prosa sin saberlo”, mostrando la ridícula afectación de quienes imitan los talentos que no tienen. Algo similar cabe decir de Pedro I, El Insomne que, tras conocer que el juez que instruye la causa judicial en contra de su esposa –Begoña Gómez– va a tomarle declaración, ha decidido dirigir una Segunda Carta a la Ciudadanía tras la primera misiva en la que decía lo mismo que Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Esto es: “Me voy, pero me quedo”.
Los Aguafuertes en Crónica Global.