Un éxito no es definitivo y ningún fracaso es fatal. Y viceversa: se puede ganar una batalla, aunque no lo parezca, y perder una guerra; de igual forma que cualquiera, dándole la razón a la épica, puede salir indemne del peor trance. En la ingeniosa frase de Sir Winston Churchill que, igual que Chesterton, era una mina de ingenio, sabiduría y humor británico, se añade que lo que realmente importa –tanto en la calamidad como en la fortuna, que forman un matrimonio indisoluble, pues una no se entiende sin la otra– es tener el coraje para luchar. El sentido trascendente de esta enseñanza depende de una elipsis: el tiempo. Si nada es nunca definitivo, sino circunstancial, es porque existe un mañana. De donde se infiere que cualquier victoria puede tornarse en fracaso. Sólo el final del tiempo es una derrota total. La investidura de Feijóo, como era de esperar, ha naufragado desde el punto de vista aritmético, cosa que ya sabíamos todos desde el comienzo. Este primer intento ha dejado, sin embargo, una novedad: hemos visto al candidato de la derecha perder la votación y ganar en forma, fondo y actitud el debate por incomparecencia absoluta de su némesis.La novedad, desde el punto de vista dramático, no radica pues en el desenlace, que ya estaba amortizado. Está en la interpretación de la obra, la puesta en escena, la actitud y los personajes.
Los Aguafuertes en Crónica Global.