La historia de cualquiera de nosotros obedece a los anhelos íntimos, esos secretos que nos definen y que, para ser protegidos, no deberíamos revelar nunca a nadie, aunque la mayoría de las veces acabe siendo gobernada por la arbitrariedad de los desengaños y los desafectos, que son las dos experiencias más habituales que acostumbra a depararnos el inevitable trato con los demás. Si hubiera que condensar en un argumento sencillo el devenir vital de Hannah Arendt (1906-1985) cabría resumirlo diciendo que la insobornable independencia intelectual de la pensadora alemana, que le llevó a oponerse –tras investigarlos a fondo– a los totalitarismos de su tiempo, sin dejar por eso de practicar la crítica (razonada) frente a su tribu (los judíos), para escándalo de los que creen que la identidad puede anular a la inteligencia, es consecuencia del desplazamiento moral que, en varios momentos de su vida, sintió de quienes eran (o pudieron ser) sus iguales.
Las Disidencias en The Objective.