Pensamos gracias a la magia del lenguaje. Describimos –y concebimos– la realidad a través de narraciones. Siendo cosas indudables, resulta inconcebible que en los planes educativos oficiales, en el posterior ejercicio profesional, e incluso en los avatares vitales, la literatura haya sido relegada , a un espacio secundario por los pedagogos –¡vade retro, Satanás!– y por una parte de la sociedad, orgullosa y segura de su ignorancia. La tecnología, al fin y al cabo, no es más que una forma de lenguaje (entre las máquinas). La ciencia no deja de ser un gran relato sobre la naturaleza. Todo esto ya lo sabían los clásicos, que establecieron como principios de la formación el trivium y el quadrivium, los ciclos de las siete artes liberales que fueron sistematizadas –cosa bastante curiosa– a partir del siglo VI gracias a Casiodoro, el discípulo de Boecio, cuando Grecia ya era un remoto recuerdo y Roma no existía. El trivium comprendía la tríada que forman la gramática, la retórica y la dialéctica. Todas disciplinas de la expresión. El quadrivium completaba esta formación en letras, que es la esencial, con la aritmética, la geometría y la música. Códigos que explican los números, las formas en el espacio y los sonidos.
Las Disidencias en Letra Global.