Roland Barthes, uno de los últimos estructuralistas, inventor de conceptos como el grado cero de la escritura, ha pasado a la historia de la cultura occidental como el primero que –de forma expresa y nítida– profetizase la muerte del autor. Las obras literarias, según reza su tesis, no obedecerían a las intenciones ni a los avatares biográficos de su creador, que es la perspectiva de la crítica literaria tradicional, sino que pueden y deben ser interpretadas antes desde el punto de vista de cada lector individual. Paradójicamente, el filósofo francés sentía una intensa angustia cuando al leer libros se topaba con los instantes crepusculares de los escritores: “Leer al autor muerto, para mí, es algo vivo” –confesaba– “me desgarrala conciencia la contradicción entre la vida intensa de su texto y la tristeza de saber que está muerto: siempre me entristece la muerte de un autor, me conmueve el relato de las muertes de un autor”. El aparente asesino, en el fondo, no era más que un sentimental que se contradecía.
Las Disidencias en Letra Global.
