El escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) no cree en los mundos perfectos. Toda una paradoja si se tiene en cuenta que su concepción de la novela es la de un demiurgo: alguien que distribuye la trama, los recursos técnicos, el estilo y la cadencia del relato en función del efecto preciso que pretende casuar. Su visión de la realidad, en especial en lo que se refiere al poliedro político que es su patria, ha discurrido casi siempre por meandros y caminos irregulares, pues de tal condición son los senderos americanos, donde la línea recta, salvo en el Norte, es una ilusión óptica. Su nueva colección de artículos y ensayos, que la editorial Aguilar trae ahora a las librerías bajo el título de Sables y Utopías, versa sobre los vaivenes del destino en ese ancho y ajeno subcontinente que es América Latina. La tierra de la libertad. Donde su conquista resulta tan complicada. Casi imposible.
La nueva pieza literaria de Vargas Llosa, que sigue la estela de incursiones anteriores en el formato del ensayo político, como El pez en el agua, una suerte de singulares y prematuras memorias donde los olores de la infancia se mezclaban con los avatares de la vieja y fallida aspiración de convertirse en presidente del Perú, tiene un marcado tono confesional. A través de piezas periodísticas y epistolares –cartas públicas, esencialmente– nos ilustra no sólo sobre el concepto de liberalismo de Vargas Llosa (opuesto al de ciertos conservadores que tan sólo quieren ocultar su verdadera faz bajo tal etiqueta), sino que nos enseña cómo puede evolucionarse por desengaño, que es el único sendero útil en las lides del conocimiento humano, desde el compromiso radical con la izquierda hasta posiciones ideológicas escasamente dogmáticas.
Para muchos, acaso sean equivocadas, pero siempre resultan sinceras. Los textos, que van desde los años sesenta hasta nuestros días, son también la crónica de un espíritu independiente y rebelde. El de alguien que no tiene temor a romper con su pasado si el precio de no adoptar dicha decisión implica perder la esencia. En su caso: la impertinencia que, en lo que a la libertad de expresión se refiere, alumbra toda la obra del escritor peruano. Un itinerario similar, aunque con matices, al que hizo otro de los míticos malditos de la izquierda oficial: Guillermo Cabrera Infante, que tras huir de la dictadura castrista tuvo que buscar refugio en Londres después de que ni en Francia ni en España los izquierdistas de profesión, muchos de los cuales se convirtieron después en socialistas de salón, le dieran el más mínimo aliento.
Vargas Llosa, afortunadamente, no tuvo que pasar por este trance. Su evolución política discurrió en paralelo a su consagración como novelista, lo que hizo imposible el mobbing literario que sufrió Cabrera. Su talento –no siempre ocurre– terminó por abrirse paso. En Sables y Utopías se narra esta zozobra: la de romper con el entorno y el ambiente de la juventud para ser uno mismo. La chispa fue el caso Padilla, foto en negativo de la revolución cubana. Vargas Llosa principia a partir de este duro episodio de represión una solitaria aventura intelectual que consistió en derribar sus antiguos referentes –Sartre y otros– para buscar voces nuevas –François Revel e Isaiah Berlin– que le ayudaran a comprender la gran cuestión: ¿Por qué todos los proyectos que se proclaman libertadores terminan traicionando a la libertad?
Desde el indigenismo al nacionalismo, pasando por el dogma religioso y el militar, todos ellos prometen el cielo y traen el infierno. Entre otras razones porque terminan siendo controlados, a sangre y fuego, por caudillos y vicarios que quieren encerrar al ser humano en un redil, llámese éste clase social, raza, nación o ideología. Etiquetas que sólo buscan nutrirse del sentimiento de dependencia. Bob Dylan, a su manera, dijo lo mismo con muchas menos palabras: “No sigas a los líderes; mejor mira los parquímetros”.
Artículo publicado en Diario de Sevilla
[23 diciembre 2011]
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