“Los que viven de las rentas, se dice, / mueren más tarde, Dios sabe por qué, / quizás para suplicio de los prestamistas, cierto / que algunos, según creo, nunca mueren”. Estos versos del Don Juan de Byron, considerada la obra maestra del gran poeta romántico inglés, que lo era en espíritu y en actitud más que en estricta materia métrica –su poema sobre el mito del burlador de Sevilla, creado por Tirso de Molina, está escrito en ottava rima, una estrofa de ascendencia italiana de ocho versos yámbicos, fieles a un patrón endecasilábico– sugieren, en una primera lectura, cierta sensación de extrañeza. Hablan en un lenguaje que puede parecer alto y remoto. En realidad son un presagio. Las líneas que leemos tratan sobre nosotros: “De entre todas las bárbaras Edades Medias / es la más bárbara la edad media del hombre. / Se trata no sabría muy bien decir de qué; / pero cuando oscilamos entre el bufón y el sabio / y no sabemos en verdad qué nos espera, / un periodo algo parecido a página impresa, / letra gótica en folio, mientras el cabello / se nos vuelve canoso y no somos ya lo que éramos”. Son versos que, en su momento, expresaron un espíritu inequívocamente moderno. El Don Juan de Byron no es exactamente un personaje galante. O, al menos, no lo es de idéntica manera que sus antecesores. Encarna otro arquetipo diferente: un ser desarraigado, ilustre y asilvestrado, que se guía según sus pasiones, pero que, inmerso en ellas, no desdeña el retrato burlesco ni la meditación sobre el mundo.
Las Disidencias en Letra Global.