Los muertos están indefensos ante la caprichosa, cuando no interesada, memoria de los vivos. La eternidad es como una cárcel; la posteridad, un malentendido. Los grandes escritores del pretérito que lucieron los laureles del Parnaso tuvieron que pagar un precio por esta fama póstuma: convertirse en estatuas mudas. Se les recuerda como personajes; pero sus obras o no se leen (lo suficiente) o se simplifican. Mientras en la educación obligatoria se reducen los contenidos de literatura y se sustituye a los autores históricos por libros que conecten con la “identidad lectora de los alumnos”, que paradójicamente todavía no han construido su sentido del gusto, prende la peregrina idea de que a los clásicos hay que adaptarlos, cuando no censurarlos por incorrectos, para popularizarlos. José María Micó, uno de los mejores filólogos españoles, ha reunido en De Dante a Borges (Acantilado) una colección de páginas ejemplares sobre sus indiscutibles que enmienda, por la vía de los hechos, este inquietante devenir. Académico, poeta y traductor privilegiado –su versión de la Comedia permite oír en español la música de los quince mil endecasílabos de Dante–, Micó entrevera en este libro delicioso, suma de ensayos y estudios, la devoción (del lector profesional) con la sabiduría filológica.
Las Disidencias en La Lectura.