“La misión del poeta no es instruir, sino deleitar”. Se atribuye la autoría de esta frase a Eratóstenes de Cirene, matemático, geógrafo y astrónomo de la antigua Grecia que descubrió, entre otras cosas, que si uno fuera capaz de caminar 31,5 millones de pasos seguidos, cosa para la que hace falta tener fe, mucha voluntad y unas piernas colosales, podría circunvalar toda la Tierra. ¿Tiene importancia conocer esto? Depende. En esta época extraña en la que el conocimiento carece de suficiente espesor y el ser humano presume –con patético orgullo– de haberse vuelto imbécil, todo parece indicar que no demasiado. Si el arte es inútil, la lectura se considera un anacronismo y la concentración mental se ha convertido en un puro vestigio de los antiguos tiempos (difuntos), no es de extrañar que la sabiduría –sapere aude, proclamaban los romanos; lo decían en latín, ustedes disculpen– se considere una bella ruina arqueológica. En esta civilización de las pantallas, preludio de una inminente era post-humana, en lugar de pinturas rupestres, cuadros o fotografías, la única obra de arte que se valora es el emoticono.
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