El calendario es una forma secreta de asesinato. Especialmente cuando se queda sin hojas. El sentido del tiempo, ese devenir que no podemos detener, la sensación de que la vida no es más que un gran salto al vacío que siempre sale mal, se afila las uñas con el correr de las estaciones y los días, establecidos entre los horarios laborales y los festivos. Todo día puede ser un día de trabajo. Cualquier jornada puede ser festiva. Depende de nosotros. No hay muchas cosas que atenúen con eficacia la sucesión de las horas: las drogas, ciertos alcoholes, algunas mujeres y, por supuesto, un ramillete de excelentes libros. En estos tiempos de neoliberalismo y caldos espesos, cuando la ideología se ha reducido a un eslogan, cuando las cosas carecen de importancia, cuando los principios más sagrados han sido borrados por una lluvia sin piedad, la única revolución posible es la personal. El milagro de no sentir el precipicio cronológico; saber eludir el tránsito de los minutos, los días, los meses y los años.
Antiguamente se decía que a los escritores les gustaba evadirse de la realidad. Se creía en esas síntesis hechas para mentes simples: escritores huyendo hacia mundos exóticos, escribiendo novelas de aventuras, componiendo colecciones de relatos bizantinos. Lo recuerdo de forma exacta: las tardes, en clase de literatura, hablando de los nenúfares del modernismo y toda la parafernalia decadente del primer Rubén (Darío). Más tarde descubrimos que el mejor poeta modernista es el poeta tardío, justamente el que ya no es modernista, sino auténtico. La idea del exotismo literario aún circula, engañando a todo aquel que no ha comprendido que toda la literatura, incluso aquella que no lo parece, o es realista o no lo es. La realidad nunca es una, sino múltiple. No existe la literatura de evasión. Los relatos más realistas son los que parecen huir del ámbito cercano, retratándolo por analogía.
La necesidad de huir sin viajar, una de las obsesiones del hombre moderno, es tan vieja como la humanidad. Hay quien se evade con el fútbol. Otros lo hacen con los toros o las plegarias religiosas. Hay gente para todo. Incluso para creer en lo improbable. Nosotros solemos hacerlo con los libros. Nos ayudan a borrar los pasos sincopados del reloj, los paseos sin rumbo, la vida sin destino, la rutina como una reina tiránica. Olvidarse del tiempo, que es lo contrario a perpetuarlo, es tan importante como respirar. Lo segundo implica lo primero: dar la espalda a los almanaques y disfrutar de la única libertad cierta, que es la de olvidarnos de nosotros mismos, borrando nuestra identidad del mapa. Camuflarse de uno mismo en otro país, en otro tiempo. Renunciar al destino prefijado por los hábitos. No todos los hombres son capaces de hacerlo. Piénsalo: soltarlo todo y largarse sin rumbo, dejando en herencia tus cadenas, los grilletes del tiempo.
[Variaciones sobre un texto publicado en El Correo de Andalucía]
[24 enero de 1997]
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