“En la vida de cualquier persona normal hay como media docena de momentos cruciales, y el nido vacío es uno de ellos”. Otro instante capital es el insomnio de esa madrugada banal en la que descubres que las horas del tiempo se esfuman y las hojas del calendario comienzan a asemejarse a la afilada cuchilla de una guillotina. Philip Larkin dedicó un verso sobrio y exacto, como todos los suyos, a este asunto: “Es el recordatorio del dolor y la fuerza / de ser joven, que no pueden volver / pero en algún lugar aguardan, intactos, para otros”. La vejez, en efecto, te deja el quebranto pero roba toda la fortaleza que pudieras llegar a atesorar. Entonces es cuando emerge la metafísica de sillón. “La literatura trata sobre el amor y la muerte (…) A los quince años, ¿qué sabes del amor? ¿Qué sabes de la muerte? Sabes lo que les sucede a los jerbos y a los periquitos; y quizás sepas ya lo que les sucede a los familiares de más edad, incluidos tus abuelos. Pero aún no sabes que también va a sucederte a ti. Y seguirás sin saberlo otros treinta años. Y durante otros treinta años no tendrás que enfrentarte personalmente al problema realmente arduo”. Martin Amis (1949-2023) vivió al reverso (tenebroso) de este augurio (propio) durante los últimos días terrestres que pasó en Lake Worth, la residencia que tenía en Florida, cerca de Palm Beach. Un balneario elegante de casas demasiado modestas y demasiado caras.
Las Disidencias en Letra Global.