No es tarea fácil comprender a Luis Martín-Santos (1924-1964). Mucho menos si, como sucede desde hace ya sesenta años, en vez de prestar atención a su obra, escasa, irregular e interrumpida por una muerte tan trágica como prematura, se confía la comprensión de su anómala figura a los jalones de un mito biográfico que, como ocurre en otros muchos casos de éxito súbito, se concentra en el quién en lugar de explorar –a conciencia– el cómo. Una de las limitaciones de la filología historicista, que es la que todavía habita en las aterciopeladas capillas de las doctas academias, celebrándose a sí misma, consiste en documentar las vinculaciones entre una obra y la vida de su autor, casi siempre enmarcadas sobre un contexto ambiental y un estudio cultural de época. Sin restar virtudes a este enfoque, el método, además de previsible, deviene a veces en un esfuerzo inútil que acaba descuidando lo trascendente: los secretos, muchas veces dejados a la vista, que encierra un libro.
Las Disidencias en Letra Global.