“La única diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en una democracia puedes votar antes de tener que obedecer las órdenes”, escribió, en un alarde de ingenio, Charles Bukowski. La frase, cargada de ironía, expresa muy bien la jerarquía –sea natural o artificial– que rige dentro de cualquier sociedad. Dos son compañía (a veces) y también el principio de esa forma de dominio salvaje que denominamos política. Uno(s) manda(n) y otros obedecen, ya sea mediante la persuasión o gracias a la fuerza. La civilización consiste en lo primero, pero el ser humano tiende ancestralmente a lo segundo. La revista británica The Economist calculó el pasado año que los regímenes autoritarios (59) triplican a las democracias plenas (24) en el mundo actual. Entre ambos extremos existen una mayoría de Estados soberanos (84) que se encuentran a mitad de jornada entre ambas situaciones: unos habitan en democracias imperfectas y los gobernantes de otros, fieles a la costumbre de los dictadores, recurren a algún tipo de sistema asambleario para intentar dotar de apariencia popular el poder sin límite que tienen sobre su población.
Las Disidencias en Letra Global.