Acostumbra a decirse, en general sin pararse a pensarlo mucho, que somos lo que comemos y nos parecemos, cosa bastante más dudosa, a aquello que pensamos y decimos, pero la prueba infalible de cuál es nuestra verdadera personalidad reside en cómo y sobre qué escribimos. A excepción de los grandes ventrílocuos literarios, esa minoría (cada vez más selecta) capaz de impostar voces líricas y narrativas ajenas a su condición natural, al resto de la gente se la conoce mucho, demasiado, por su forma de usar el lenguaje. No se trata sólo de seleccionar (o no) determinadas palabras. Son muchas cosas más: la forma exacta de construir una frase, dotarla de un sentido (o de otro), adoptar un tono y practicar una dicción. Hasta la administración de los silencios, que al hablar o al escribir son tan esenciales como las notas blancas de una partitura, crea un ambiente y expresa significados.
Las Disidencias en The Objective.