El incienso y la mística, igual que el perfume o la religión, sirven para disimular, mediante el olor y la trascendencia espiritual, las miserias humanas. Dotan de una apariencia soportable el sucio prosaísmo de la vida. A veces incluso perpetúan el espíritu de la epopeya en un tiempo donde la épica ya es un objeto arqueológico. Debajo de la grandeur habita la tramoya de la vulgaridad. La vida no es más que una puesta en escena. Los géneros literarios ayudan expresar sus humores, incluida la ambigüedad, uno de los rasgos de las buenas novelas. Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha escrito a lo largo de las últimas cuatro décadas, desde su debut como uno de los nombres más interesantes de la nueva narrativa de los años ochenta, aquella generación que fue más editorial que vital, y en la que muchos de los nombres que empezaron como secundarios han resistido el paso del tiempo bastante mejor que los supuestos actores principales, algunas de ellas. Libros que, sin duda, van a perdurar. Si se repasan las novelas sobre la España que existió entre las vísperas y el colofón de la Transición el nombre de Pisón es ineludible.
Las Disidencias en Letra Global.