En uno de sus ensayos más combativos –Visión de la realidad y relativismo posmoderno (Arcos)– Esteban Torre, decano de los estudios métricos y señor de la ciencia del verso, destruye con un humor corrosivo, reduciéndolas a lo grotesco, muchas de las milongas de la cultura posmoderna, que sostiene (en contra del principio de realidad) que la verdad es un mito del pasado, que todas las cosas son relativas, que el pensamiento es una materia líquida, que el significado de las palabras es una convención y que los grandes relatos culturales que han articulado durante siglos la tradición occidental han muerto. Un posmoderno –viene a explicar Torre, que también es poeta y médico– es un tipo que cruza la calle de una ciudad mientras un tranvía se aproxima a toda velocidad hacia donde está y, en un alarde de coherencia conceptual, decide atravesar tranquilamente por mitad de las vías seguro de que el ómnibus que bufa a un palmo de distancia de su cuerpo no existe porque “la realidad está fragmentada y vivimos en el nonsense”. El tranvía, igual que le ocurrió a Gaudí, el arquitecto lo arrolla, impugnando al mismo tiempo su vida y su soberana estupidez.
Los Aguafuertes en Crónica Global.