Quien lo hace a diario, lo sabe: escribir en corto es más complejo, difícil y, a veces, hasta más sofisticado que hacerlo con una extensión libre o sin límite. Los formatos y los géneros breves exigen una altísima condensación de sentido –intelectual y retórica– que no demandan los libros largos, a los que Borges siempre miró con una inteligente desconfianza. El escritor argentino nunca publicó una novela porque no era amigo de los momentos de transición que requiere la narrativa de largo aliento, innecesarios en su formato preferido: el relato fantástico. Esta misma regla rige en el caso del ensayo: al margen de los argumentos que se expongan, la mejor literatura de ideas, igual que los poemas, requiere explicar las cosas con las palabras justas, aunque se prescinda de una exposición sistemática, y dominar un estilo en el que la divagación tenga un cierto rumbo o, al menos, un mapa de navegación.Nadie como los clásicos, maestros de la destilación inteligente, para escribir libros esenciales, bellos, breves y útiles, donde lo que se dice y cómo se dice se nutren mutuamente.
Las Disidencias en The Objective.