“Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se las toca, no se les pega, no se les hace daño físico y el verbal se les evita al máximo; a esto último ellas no corresponden. Es más, se las protege y respeta y se les cede el paso, se las escuda y ayuda si llevan un niño en su vientre o en brazos o en un cochecito, les ofrece uno su asiento en el autobús y en el metro, incluso se las resguarda al andar por la calle alejándolas del tráfico o de lo que se arrojaba desde los balcones en otros tiempos, y si un barco zozobra y amenaza con irse a pique, los botes son para ellas y para sus vástagos pequeños (que les pertenecen más que a los hombres), al menos las primeras plazas”. Lo que acaban de leer –si es que no han huido despavoridos ante la bella complejidad de las frases subordinadas– es el arranque (sinfónico) de Tomás Nevison, la última novela de Javier Marías, una obra maestra sobre la hipocresía social, cuyo episodio ibérico más reciente es el calambre Rubiales que, desde hace más una semana, copa una agenda pública que, en lugar de ser de interés general, parece salida de una extraña distopía. Nada irreal y bastante cercana.
Los Aguafuertes en Crónica Global.