Era natural que, después del paréntesis de los años ochenta, durante el cual muchas editoriales españolas y algunos autores de la nueva narrativa –un marbete pretencioso que ya, de entrada, descalificaba por omisión la obra de la anterior generación de escritores, considerados antiguallas– la literatura contemporánea en nuestro país acabase regresando a la Guerra Civil y a la posguerra (incivil, vengativa y miserable, pero también viva, porque nada contagia más las ganas de vivir que haber conocido de cerca la muerte) para hacer su propia interpretación de la Historia. No sólo es algo lícito sino necesario: una tragedia colectiva como la que dividió España durante más de dos tercios de la pasada centuria no se extingue con el testimonio de quienes la vivieron (incluidos aquellos que murieron en el trance) ni tampoco cesa con la mirada de todos los que –sin querer, forzados por las circunstancias– heredaron las heridas derivadas del odio que llevó a cometer atrocidades a ambos bandos.
Las Disidencias en Letra Global.