La historia es una ciencia imperfecta. Nunca termina de escribirse. Lo cual, en cierto sentido, siembra dudas sobre su validez: al estar abierta a un proceso de evaluación sus conclusiones jamás pueden ser tenidas por inmutables. En ocasiones este cuestionamiento apasionado del pasado tiene elementos positivos: gracias a la aparición de datos y documentos la visión sobre los hechos que nos preceden cobra una perspectiva distinta. Otras veces sucede lo contrario: el interés político inmediato, que suele ser nefasto, interpreta a capricho el pretérito para fabricarse una línea de autoridades. Es lo que está ocurriendo en Sevilla desde que Zoido accedió a la Alcaldía hace ahora casi dos años.
Prometió ser un alcalde ecuménico (de todos los sevillanos) pero su gestión durante estos meses ha estado marcada por una evidente voluntad revisionista, casi se diría revanchista, con respecto al gobierno anterior (PSOE-IU), al que frecuentemente acusa, con reiteración infantil, de las siete plagas de Egipto. Es cierto que Zoido llegó al poder porque los ciudadanos decidieron cambiar de enfoque la política municipal. Pero también lo es, y no se trata de un factor secundario, que lo eligieron para liderar un nuevo tiempo en la ciudad. Para impulsar un cambio de ciclo. Sin embargo, su equipo de confianza, y él mismo, no han hecho otra cosa más que mirar al pasado de forma obsesiva. Esto explica que su saldo político sea tan magro. ¿Cuál es el balance de este año y medio de gobierno? Muy poca cosa. Apenas una: tratar de desmantelar la herencia recibida con una reiteración y dedicación que bien pudiéramos calificar de patológica. Aplicar un revisionismo político completo.
La lista de ejemplos es nutrida. Abarca desde cuestiones sustanciales –el Plan Centro, la modificación del Plan General, el desmantelamiento de las empresas públicas– a episodios simbólicos, como la utilización de la Navidad como patrimonio partidario o los gestos, cada vez más numerosos, que sitúan al regidor hispalense demasiado cerca, para ser un cargo público en un Estado aconfesional, de los principios de la doctrina más ortodoxa de la iglesia. Otras cosas, en cambio, no han cambiado demasiado: el habitual ejército de aduladores permanece (los mismos que lo hacían con Monteseirín, lo hacen ahora con Zoido) y ciertos usos y costumbres –listas negras de periodistas, sectarismo, afán de manipulación– permanecen con notable salud en el Consistorio. Se ve que toda la herencia no era tan mala. La peor, se mantiene.
Otras muchas cuestiones, imperfectas pero en el fondo positivas, sí han sido barridas del paisaje político municipal: la apuesta por la sostenibilidad urbana, la restricción del tráfico privado en el centro, la siempre insuficiente política de cohesión social. El objetivo del gobierno local durante este tiempo, al menos hasta ahora, ha sido hacer lo contrario de lo que hicieron sus antecesores. Puede ser lícito pero parece una actitud errónea. Sobre todo si se aborda de forma maximalista, con una ceguera tan sostenida que impide ponderar si algunos de los proyectos heredados, pese a los errores, iban en la dirección adecuada. En Plaza Nueva no existe esta mentalidad constructiva. La táctica estaba decidida desde el principio: hacer tábula rasa. Es el recurso de las mentalidades mediocres: ante la imposibilidad de construir una obra propia, que se sostenga sola, se aspira a resaltar destruyendo la ajena. Una pena.
La obsesión de Zoido por construir un párking subterráneo en la Alameda, destruyendo el espacio público creado, o la recalificación de la comisaría de la Gavidia, ambos asuntos aprobados esta semana en el Pleno municipal, son nuevas muestras de este revisionismo in fieri que destruye para no construir y que es incapaz de corregir y mejorar sin eliminar. Se trata de una actitud que condena a Sevilla a no salir de un bucle de antagonismo que es la fuente principal de casi todos sus males. Que el gobierno del PP reincida en estas cuestiones era, en todo caso, previsible: lo único que busca es que la Junta le ponga trabas (cumpliendo con su obligación) para poder hacerse la víctima. Que lo haga con argumentos tan débiles como afirmar que el párking de la Alameda será un proyecto de naturaleza reversible es ya más preocupante. Igual es que piensan que los ciudadanos son lerdos. No es posible construir aparcamientos reversibles si las concesiones de las que dependerá su financiación y explotación se adjudican durante décadas. No hay más que ver el Parasol de la Encarnación. O la autovía (de pago) a Cádiz.
Da la impresión de que ni ellos mismos tienen fe en lo que predican. ¿Por qué insisten entonces? Acaso porque la gestión municipal ha perdido su objeto original –hacer que la ciudad funcione de forma razonable– para enfocarse en la tarea de tratar de erosionar a la Junta de Andalucía (PSOE), que, a su vez, hace también lo propio, pues toda la estrategia de gobierno de San Telmo busca ocultar sus errores para responsabilizar de ellos a la Moncloa. Unos y otros, igual da en esto el signo político, hacen sus guerritas particulares con nuestro dinero y nos animan a que nos incorporemos a su bando. Mientras tanto, Sevilla se hunde en el agujero del desempleo y la crisis. El filósofo Eugenio D´Ors decía, con tino, que lo que no es tradición es plagio. En el caso de Sevilla, todo lo que no consista en gobernar la ciudad con seriedad no es más que hacer el ridículo en un teatro vacío. Es el peor plagio posible, el de una obra mala. Convendría pasar de una vez página a esta nefasta tradición hispalense de apelar a las guerras interesadas mientras Roma, o lo que queda de ella, se convierte en un erial. Que es donde vivimos. En Sevilla.
Deja una respuesta