Existen dos elementos que forjan el estilo de un escritor. El primero es el carácter, porque todos escribimos como somos. Y el segundo es el dominio de la elipsis o, en casos extremos, la capacidad para trabajar artísticamente con la mentira. No se trata de factores antagónicos: la escritura, igual que cualquier partitura musical, requiere notas y silencios. Escribir bien exige administrarlos y trabajar con medias verdades. Sugerir sensaciones más que describir hechos. Lo primero que asombra de las cartas secretas que el escritor Roald Dahl (1916-1990) envió a lo largo de cuatro décadas a su madre, la misteriosa Sofie Magdalene Hesselberg –publicadas ahora en español por Gatopardo Ediciones en una edición modélica a cargo de Donald Sturrock, con traducción de Mariana Sández y Edgardo Scott, un prólogo (certero) y un álbum con fotos familiares e ilustraciones–, es su ingeniosa capacidad para mentir sin el más mínimo arrepentimiento. Diríase que con obstinación. Desde adolescente, cuando no podía imaginar que su destino sería la literatura, Dahl muestra un talento natural para dosificar y manejar la verdad.
Las Disidencias en La Lectura.