La muerte es la última transformación. El viaje definitivo. Un salto al vacío sin la certeza de un destino ni el consuelo del retorno. Cuando ella está, nosotros desaparecemos. Y al revés: vivimos cuando su ausencia todavía es un hecho, aunque nunca deje de ser una hipótesis. Podemos imaginarla de todas las formas posibles porque, al hacerlo, aún es una abstracción. En cambio, no es nada fácil escribir sobre sus vísperas, narrar el instante en el que abandona el territorio de las suposiciones para convertirse en nuestro irremediable destino. Salman Rushdie (Bombay, 1947) ha decidido hacerlo después de regresar milagrosamente desde el quicio mismo de la eternidad, dos años después –la maligna efeméride se cumplirá el próximo 12 de agosto– del sangriento atentado que tuvo lugar en la ciudad de Chautaqua (Nueva York), donde el escritor británico sufrió un ataque 34 años después de publicar Los versos satánicos, la novela blasfema que en 1988 mereció una fatwā del régimen teocrático iraní lanzada urbi et orbi por el imán Jomeini tras acusarlo de atacar al Islam.
Las Disidencias en Letra Global.