El verdadero punto ciego de la vida de Rafael Sánchez Mazas (1894-1966), poeta con prestigio pero sin fortuna, intelectual totalitario, cofundador de la Falange, autor del famoso ¡Arriba, España!, que es un grito más que un verso, portavoz del culto a las pistolas, el azul mahón y los correajes, no reside en el célebre episodio de su fusilamiento (mágicamente frustrado) en mitad de los bosques de la provincia de Gerona en los últimos días de la (in)civil guerra española. Los mitos, especialmente aquellos que pretenden ser heroicos, como decía el honrado (ma non troppo) Dutton, periodista del Shinbone Star en La muerte de Liberty Valance, merecen gozar del antiguo prestigio de la imprenta, pero rara vez, salvo como exageración, ayudan a desentrañar la verdad íntima de un personaje histórico. La gran anomalía de Sánchez Mazas radica en otro rasgo: su privilegiada condición de eterna ave de paso, peregrino sin asiento estable e intelectual sin huella duradera y sin descendencia política, primero como responsable del servicio de acción exterior de Falange (donde duró apenas seis meses) y más tarde en su condición (singularísima) de ministro sin cartera –léase sin responsabilidad– en el primer gobierno franquista de la posguerra, entre 1939 y 1940.
Las Disidencias en The Objective.