De todos los títulos posibles con los que suele presentarse a Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) el más sorprendente es el de “gran anfitrión”. El novelista norteamericano, uno de los más finos escritores de su tiempo, una época de transición entre la tradición decimonónica y el modernism anglosajón, que fue sólo una más de todas las variantes del arte moderno, encarnó muchas identidades. Diletante en sus comienzos, triunfador prematuro, dotadísimo novelista para condensar el espíritu de su época y un cuentista que rentabilizó como pocos, si exceptuamos a Hemingway, que hizo su literatura sin prescidir de su mito, que acabaría llevándole a la tumba en la mala hora del suicidio, una pluma asombrosa.
Fitzgerald es un clásico moderno, pero esta condición de monarca de la fiestas y gran artista de la hospitalidad –por supuesto, servida con hielo y en vaso ancho– casa más con su imagen pública que con su intimidad.
Las Disidencias en Letra Global.